martes, 17 de noviembre de 2015

Proyecto 2016: "Como Ellas, Yo: Mujeres".




De: epistyle.blogspot.fr

                                       

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domingo, 15 de noviembre de 2015

¡Mmm...! Un Taller Literario... ¿Per-so-na-li-za-do?





Para ser justo conmigo, no estaba pensando convenientemente ayer, cuando Ana me propuso presentarme yo mismo y le respondí de inmediato que sí, que no habría problema. Pues bien, ahora acabo de descubrir que sí, que lo hay. Presentarse a uno mismo resulta un problema bastante complejo si uno pretende hacerlo bien y adelante de buenos escritores anónimos desconocidos.
Pero no importa. Ya estoy en esto y supongo que podría empezar por dar unos datos. Puedo decir, por ejemplo, que mi nombre es Juan, que tengo aproximadamente 32 años y que voy a los talleres de Ana porque me gusta mucho escribir.
Escribo chotadas desde que era chiquito. El primer texto de pretensiones literarias del que tengo constancia lo escribí a los ocho. Escribo desde entonces, a menudo y en intervalos regulares, y por lo general me limito a aburrir a mis allegados con las cosas que escribo. De todas formas, y sin idealizar ni un poco este “hábito de escribir cosas con pretensión literaria”, la verdad es que dicho hábito me ha hecho siempre muchísimo bien.
Desde chiquito quiero ser escritor entonces. Durante mi niñez en las vacaciones tenía la costumbre de reclamar a mis padres que me compraran cuadernos. Me encantaban los cuadernos en blanco y lo siguen haciendo pero no viene al caso. En aquellas vacaciones usaba los cuadernos Ipusa vacíos para convertirlos en una especie de novela. Numeraba las páginas, ilustraba alguna escena, y escribía las historias. Por alguna razón las historias que escribía en esa época indefectiblemente y sin excepciones tenían que ser consecuentes con la tapa que tuviera el cuaderno. Por eso eran historias de animales africanos por lo general, a veces historias de motociclistas con casco que hacían acrobacias, o simples historias acerca de pelotas de tenis alternando con pelotas de básquet.
Pero no importa mucho; la cosa es que todavía no he cambiado: antes en los cuadernos Ipusa y ahora frente al monitor, el motivo es siempre una cierta íntima felicidad y una pérdida del registro del tiempo que experimento cuando estoy escribiendo.
Siento ahora que si soy consecuente entonces con este objetivo auto-impuesto de las presentaciones honestas, debería admitir que no maduré demasiado luego de más de dos décadas y en todo este tiempo solo sumé algunos vicios. Soy el mismísimo niño raro que odiaba la playa (nervioso, pedante, antipático, soñador y misántropo) solo que con este muy agraciado y genial bigotito que incorporé hace unos años.
Puedo contar también, ya que estoy, que llegué al taller de Ana luego de que problemas personales, crisis introspectivas, distracción multimedia y pereza hicieran que durante muchísimos meses no fuera yo capaz de escribir ni un solo textito.
Quería escribir pero no era capaz de hacerlo. Y descubría mi profunda tristeza por sentir que abandonaba yo definitivamente la literatura cuando me acordé de Ana. Una muy macanuda escritora amiga de mi papá me había mencionado en casa sus talleres recomendándolos mucho.
Y estaba aburrido seguramente ese día, varios meses después, cuando mandé un mail para averiguar costos y horarios de los talleres. Y resultó que me involucré finalmente y luego de alguna ida y vuelta, llegué aquella tarde hasta el taller de Ana Milán.
Llegué, reconozco, cargado de prejuicios acerca de los talleres literarios en general, probablemente porque nunca había asistido a uno. En primer lugar pensé que quizás por mi manera de escribir, por mis intereses, por distancia generacional, o por creer que los talleres se desenvolvían solamente sobre algún “altar bien pensante de las cosas bonitas” para mí sería inútil y en extremo aburrido. (Soy un poco insoportable a veces)
 Pues bien: me equivocaba de plano en todo. Alcanza decir al respecto que entusiasmado una vez, llegué a exceder hasta en dos horas y media la hora de salida sin haberlo notado. Y si bien me sentí un poco mal por Ana cuando lo descubrí, el tiempo pasó rapidísimo porque Ana es brillante, interesante, buena gente y además sabe muchísimo en serio. En definitiva las dos horas y media extra fueron culpa de Ana.
Para mi sorpresa el taller resultó ser rico, útil y divertidísimo. Ana es genial, definitivamente me encanta el taller y no soy de los que suelen sentirse encantados fácilmente por la gente o las cosas. En un nivel general maravilla empezar a escribir otra vez luego de muchísimos meses. Y en el nivel específico, es un taller individual, y eso me permite pedirle a Ana trabajar cosas específicas.
El otro día, por ejemplo, le pedí si era posible trabajar en los diálogos. Durante años casi todos mis textos carecieron de diálogos, no me gustaba escribir diálogos, no sabía escribir diálogos y eran como una frontera infranqueable para mí frente al texto. Le comenté esa limitación a Ana y bastaron dos encuentros para resolver definitivamente ese tema. Recuerdo que charlamos mucho ese día acerca de escritores que brillaban en los diálogos, me contó cosas clave acerca del arte de escribir diálogos, escribí cosas allí en función de consignas, me mandó por mail la bibliografía correcta, me motivé finalmente y se produjo la magia: estoy ahora escribiendo diálogos en mis textos y de verdad siento que ya no tengo problemas con eso. Ana es, además, un ser humano excepcional y tengo una deuda de gratitud hacia ella.
Finalmente y sin más que decir, creyendo haberme extendido ahora más allá de la medida aceptable, me despido del intimidante escritor internauta desconocido.

Juan Ocos

Noviembre de 2015
¡Bienvenido, Juan!
Y muy agradecidos por tus impresiones
aunque, en realidad,
nos retroalimentamos.